Hallar en el espejo la estatua asesinada,
sacarla de la sangre de su sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una hermana imprevista
y jugar con las flechas de sus dedos
y contar a su oreja cien veces cien cien veces
hasta oírla decir: «estoy muerta de sueño».
Xavier Villaurrutia
Nocturno de la Estatua
Abelardo L. Rodríguez was governor of the state of Baja California in 1923, and its Military Commander in 1929. Consequently, and due to the fact that he was from Guaymas, and president of Mexico in 1932 and governor of Sonora in 1934, in both states, Sonora and Baja California there is a large number of buildings and public places bearing his name. Only in Baja California there is an airport and a boulevard Abelardo L. Rodríguez; a city called El Sauzal de Rodríguez (Rodriguez’ Willow Grove); and an excessively long list of high, middle and elementary schools and daycares, followed by ejidos, residential areas, parks, theaters, and even an Oxxo, in Ensenada, that locals refer to as Oxxo de Rodríguez (Rodríguez’ Oxxo). Soon the honors paid to this general will be a century old, and that will bring about a new set of plazas, monuments, signs and statues named after him.
I stood next to this bronze statue, camera in hand, and started conversation with an older man about to doze off at the bus stop. I wanted to tease him so I asked him if the statue was of Benito Juarez (Mexico’s Lincoln). No, he responded seemingly offended. Juarez is elsewhere, by the oceanfront; the man, here is Abelardo L. Rodriguez. As he mentioned Rodríguez, I thought I saw him bring out his chest and stand up straight, while pointing with familiarity and somewhat solemnly. And right at that moment, a pigeon came down on his metallic hair. Nonchalant and irreverent the pigeon stood there, for a few shots, jumping lightly from one side of the statue´s wide head to the other. The impassible general endured the brightness of the sun as he fixed his gaze on the far away ocean. As I was almost touched and about to feel pity for the revolutionary, wholeheartedly, when the man hesitated, offering a couple of names to go back on his initial certainty of who the statue represented.
We often get mixed up as to the person a statue stands for. And heroes are not all the same in our memory. We forget their origin and actions, and we even question if they should remain in our public spaces.
One reflection led to another… Statues are often commissioned to local artists who have their patterns and style… like tailors who work on a one-fits-all kind of model they force on their customers, regardless of their build. And we notice that sculptures depicting the human body often vary slightly, on the hair do, the length of the jacket, or the width of the lapel.
This picture left me with the certainty of how much disservice is paid to the actual person honored by a statue. Poor Abelardo –or Lazaro, or Pascual- take the spot under the sun; and endure storms only to benefit the pigeons. I hope someone comes forth to clarify whether or not this is Abelardo L. Rodríguez, the man trapped now in the eternity of my picture… with a certain air of Cardenas… since no one, even I jokingly, would have mistaken him for Juarez.
Abelardo L. Rodríguez fue gobernador del estado de Baja California en 1923 y jefe militar hasta 1929. En consecuencia y debido a que el sonorense, oriundo de Guaymas, fuera presidente de la república en 1932 y, también gobernador de Sonora en 1934, tanto en Sonora como en Baja California abundan los edificios, bibliotecas y parques con su nombre. Tan sólo en Baja California hay aeropuerto y bulevar Abelardo L. Rodríguez y municipio El Sauzal de Rodríguez. La lista se alarga hasta el exceso si se incluye preparatorias, secundarias, primarias o guarderías; seguidas, claro, de ejidos, colonias, parques, cines y hasta un Oxxo, en Ensenada, al que los locales motejan Oxxo de Rodríguez. El culto a la personalidad de este general ya casi cumple un siglo lo que vuelve posible que el centenario abelardista nos tupa de más plazas, glorietas, placas estatuas y bustos alusivos a él.
Cuando me detuve frente a esta efigie en bronce, cámara en mano, le saqué conversación a un viejecito que esperaba medio adormilado, aunque de pie, su camión. Para picarlo le pregunté si sería Juárez el hombre de la estatua. No, apuró con vehemencia discorde a su previo amodorramiento, Juárez está en el malecón, éste es el general Abelardo L. Rodríguez. Creí ver que se le hinchaba el pecho y se estiraba, con garbo, al voltear a señalarme a su admirado personaje, con todas sus letras, justo al instante en que una paloma se posó sobre su cabellera metálica. Quitada de la pena, la irreverente dio para varias tomas, apoyada en sus dos patas con las que se impulsaba para dar saltitos breves de un lado al otro de la ancha cabeza. Y él general, impasible, recibía el brillo del sol en plena cara, al tiempo en que fijaba la mirada en dirección al mar. Cuando ya estaba casi a punto de sentir piedad, de mi corazón, por el revolucionario, aquel hombre dudó, sin más, recitando un par de nombres, no muy convencido.
Así pasa con las estatuas, se nos confunden. Además, no todos los héroes han tenido igual impacto en nuestra memoria histórica. De algunos debatimos su origen, su labor, incluso si no valdría la pena hacerlos descender de su pedestal.
Entonces me vino otra reflexión… las estatuas suelen ser comisionadas a alguno de la zona, que trabaja en base a moldes… un poco como los sastres que tienen su patrón y que, quede o no, se lo encasquetan a cualquiera que acuda a solicitar sus servicios. Así que mirando bien, caí en la cuenta de que para cada escultura solo varía un poco la pose o algún detalle como el mechón de pelo, el gesto, el traje de saco largo o corto, con o sin solapa.
Lo que sí me dejó esta foto es la certeza de que la eternidad de las estatuas es más bien canalla para con la persona a la que se busca honrar. Y el pobre de Abelardo –o Lázaro o Pascual- sigue sorteando el sol y apechugando tormentas, para suerte de las palomas. Ojalá que alguien salga a decir si en este caso es Abelardo L. Rodríguez quien hoy pervive en mi fotografía… con cierto aire de Cárdenas… que, eso sí, ninguno salvo yo, y de pura broma, se habría atrevido a hacer pasar por Juárez…
Photo and text © María Dolores Bolívar